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domingo, 22 de abril de 2012

F I: La chica fantasma (Parte 1)


Despues de un largo tiempo retomamos nuestros cuentos y novelas. Aunque ultimamente estuvimos con El avatar de Nocturna, preferimos colgar un cuento que escribimos en 2009. Lo hemos actualizado tras hacerle las correcciones pertinentes. Esperemos que sea de tu completo agrado. Con ustedes la primera parte de La chica fantasma.

 Cuento No°1

En mi salón de clases, si bien era bastante chancón, la popularidad me esquivaba sin ningún atisbo. Quizás, el motivo principal radicaba en que no tenía amigos y mi incapacidad de hacerlos. Admito que mi timidez la cantidad de amigos que tenía –apenas dos-. Sin embargo, algunos compañeros empezaron a solicitarme ayuda las veces que les urgía presentar los trabajos que el profesor nos dejaba. Por ello, a partir de entonces, los empecé a considerar como amigos porque creía firmemente que le guardaban respeto a mi talento. Y un día fue gravitante para tenerlos en alta estima.

Era un día normal sin ningún imprevisto. Demasiado normal, diría. Aunque no indague el porqué. En fin, al momento en que abrir la puerta del aula para ir a la biblioteca, fui abordado por uno de ellos, y me propusieron ir juntos a un campamento en Lunahuana. Mi reacción fue instintiva, así que dije entusiasmado un “¡Sí!” “Bacán”, me respondió, “saldremos este 27 de julio”. Efectivamente, el gobierno había declarado feriado no laborales los días 27 al 31 de julio por Fiestas Patrias. Nosotros íbamos a aprovechar esos días ¡de camping! Tras agradecerles la invitación me fui contento porque al fin haría una pausa a la actividad universitaria, al clima húmedo y al cielo mustio, ambos característicos del invierno limeño, por el cielo inmaculado y aire impoluto de la serranía limeña. Con el transcurrir de los días, la ilusión se apodero de mí. Disfrutar el campo significaba relax total. Adiós al estrés diario. Presto y pronto entregaba mis trabajos; salía con los organizadores del camping planeando que hacer, que llevar.

El despertador sonó exactamente a las 6 am. Al instante me levante de la cama. Luego de lavarme la cara y arreglarme, aliste mis cosas. Mientras tanto veía por la ventana como el alba se expresaba marchitando el cielo y tiñendo de un sombrío gris la ciudad. Observe una densa neblina calles abajo. Para comprar mi equipo de camping tuve que vender algunos cds originales –que costaron dinero mucho conseguirlos- y eso me molestaba un poco. “Pero”, pensé, “con tal de pasar un buen rato y sentirme querido hasta vendería un litro de mi sangre”. Ojala no sea exagerado.

El claxon bullía con estruendo rompiendo la acostumbrada tranquilidad del vecindario. Cerré la puerta del cuarto alquilado donde vivía con absoluta frugalidad y baje. Unos breves saludos dieron paso a que ponga mis cosas en la parte trasera del vehículo, y entre. “¡Allá vamos!”, me dije.

Estábamos en un carro modelo 4 por 4, a pesar que no era tan grande como debía ser. El que iba al volante era la persona que me invito. A su lado, en el asiento del copiloto, estaba su risueña enamorada. Yo, sentado detrás del chofer, iba junto a dos chicos y una chica, respectivamente. Dos de ellos se habían ganado la fama ser puntuales a la hora de presentar sus trabajos –que se los hacia ad honorem- Sostuvimos, entre piqueitos, una alegre platica, la cual mas adelante se musicalizo con el potente subwoofer del estéreo. Una repentina garua mojo el trayecto y en consecuencia se empañaron las lunas interiores del vehículo. Esto motivo a que mis amigos dibujaran graciosos bocetos. Por el contrario, me abstuve de seguirlos a pesar que iba al lado de la ventana. Al ritmo de un chabacano latin pop nos sumimos en un reconfortante sueño. Mas el conductor no se contagió porque se había bebido un Red Bull entero. No despertamos sino hasta la carretera que nos conduciría a Lunahuana, donde otra vez nos atrapo el sopor. Un triturante sonido interrumpió súbitamente nuestra visita al mundo de las inhibiciones. Era música metal. Una chica pregunto:

-Oye huevón, ¿Qué te pasa?

-¿Qué me pasa? Ya llegamos. ¡A bajar las cosas pues!


Era cierto: Lunahuana y el lugar donde íbamos a acampar. ¡Qué feliz me sentía! Habíamos recorrido más de 150 kilómetros rumbo al Sur de Lima. Hicimos rápidamente lo que nos dijeron y descendimos Los rayos solares eran benignos para la piel humana. Se gozaba de un viento sosegado. Respire profundo; sentí que la naturaleza nos acogía en su máxima expresión.

Cuando se acercó la hora de almorzar, me encomendaron cuidar las pertenencias, buscar ramas secas y después subir a comer apenas regresen. Esboce una sincera sonrisa y acometí la orden. Penetre en el bosque, oí el ruido de la corriente chocando contra las rocas. Era el rio Cañete, que era usado -distancia más arriba- por los valientes practicantes del canotaje debido a sus vertiginosas corrientes. Husmee, no con mucho éxito, al principio. Conque mi esfuerzo realizo, halle solamente ramitas, lo suficiente para la noche. Mientras iba subiendo una pequeña tempestad me rozo. Pensé que alguien estaba ahí y dije un hola. Grande fue mi sorpresa al ver al guachimán saludando. Termine mi tarea, pero aun no venían.

En la noche, al calor de una fogata, nos vacilamos de muchas anécdotas. Decidí un rato ir a mi carpa para sacar una bebida de malta. Oí murmuraciones de mí. No les tome importancia. Salí y uno de ellos saco una botella de ron blanco, y una chica destapo una Coca Cola de litro y medio. Los mezclaron. Sus insistencias fueron capaces de obligarme a beber varios sorbos. Aclaro que no me gustan las bebidasalcohólicas, pero la presión fue determinante. Pronto actuaban sometidos por el alcohol. Como tome poco no participe en su jocoso comportamiento ridículo.

En la madrugada, las consecuencias de mí accionar cobraron factura: necesitaba orinar. Como me daba flojera caminar hasta los baños, miccióne dentro del bosque previa ayuda de mi pequeña linterna de bolsillo. Por alguna razón, que todavía no comprendo, resolví sentarme sobre unas rocas al pie del rio. Un caudal tranquilo reflejaba la luz de la luna llena. Las estrellas se veían nítidamente. Pensé estar en una playa porque se me ocurrió lanzar piedras.

Comencé a refugiarme en mis pensamientos cargados de soledad. Deseaba tener a una fémina al lado con quien compartir mi corazón. Lamentablemente, desde que ingrese a la universidad solamente tuve enamoramientos platónicos. Pero no venía nadie que llegara a cristalizarse. Estaba perdiendo las esperanzas. “Ojala sea este año”, hable. De repente, una intensa luz blanquecina me cegó. Rápidamente pase las manos por mis ojos y sacudí la cabeza. ¿Qué era eso? Me intrigo. Aguarde un momento a que brillara nuevamente esa luz. Como nada sucedió, retorne a mi carpa.

Al día siguiente decidí reservarme lo acontecido. Nadie me creería, es obvio. Ni yo mismo porque era un feroz escéptico ante fenómenos pseudo paranormales. Uno de mis acompañamientos, a quien recibí en mi carpa, convenció a todos de ir al canotaje. Aceptaron menos yo. No cuestionaron mi negativa, quizás porque les dije con anterioridad que no sabía nadar. Se alejaron dándose miraditas sarcásticas. “¿Qué se traerán?”, me pregunte.

Luego de leer me puse a leer A sangre fría. Acaeció la noche en medio de un manto oscuro salpicado de estrellas fulgurantes. Comencé a inquietarme: era muy tarde. ¿Les habrá pasado algo? Cogí mi celular para llamarlos pero el resultado fue infructuoso. La fogata se iba consumiendo paulatinamente. Se apagó y el lugar se transformó el lúgubre. A tientas logre extraer mi linternita y me dirigí a la orilla del rio, que por algún motivo, adquirió un seductor encanto familiar.

Mientras descendía, una luz similar a la de una luciérnaga centelleaba incandescentemente.

Me acerque, la curiosidad capturaba mis sentidos y… la luz empezaba a diseminarse. Me asuste un poco, mi corazón palpitaba aceleradamente. El miedo encadeno todo mi cuerpo. Cerré temblando mis ojos. Los asegure con total firmeza. Un toque cálido acaricio mi rostro. Despacio abrí los ojos y vi a la luz construirse paso a paso formando una silueta.

Permanecí impávido. Las preguntas rondaban mi mente. Lo que estaba viendo ¿era cierto? ¿era una alucinación? ¿será tal vez una pesadilla? Me pellizque y di un quejido. No, esto era real. Bien real. Se iba consolidando. Quise gritar al guachimán, pero mi boca estaba sellada. Unos ojos negros iban apareciendo. Mis extremidades estaban congeladas. Las manos estaban madorosas. ¿Qué estoy viendo? Huir era la opción, pero estaba plantado en la orilla. Se consolido. La luz, como la de un faro marítimo, me encegueció automáticamente. “Aquí moriré”, pensé. La linternita se deslizo de mis manos. Una elevada temperatura se alzaba contra mi tembloroso cuerpo. El sudor goteo de mis poros.

Pero extrañamente se desvaneció. Concluí que todo había vuelto a la normalidad. Abrí lentamente los ojos y vi una tenue luz. Grite. Presa de mi indecisión me quede ahí.

De repente ese espectro resplandeciente me susurro: “No tengas miedo”. Y sentí las suaves yemas de sus dedos recorriendo mi rostro.

-Disculpa por iluminarte demasiado. Me tomo siete meses mortales dominarlo y ahora que topo contigo, fracaso.

Podía asegurar que su voz inspiraba cordialidad, seguridad y dulzura. Todo un deleite al buen oyente. Sentía que la tranquilidad asomaba a mí ser.

-¿Qué pasa? ¿Te comieron la lengua?

Aunque estaba más tranquilo, la incredulidad impedía el dialogo. ¿Ella hablaba? Creo que a duras penas pude articular una sencilla palabra.

-Hola.

-Hola, tenías boca.- Me guiño el ojo.

-¿Usted es?

-No me tutees, ¿sí?

-Oh, sí. – le respondí en pleno nerviosismo. Me era inconcebible charlar con ¿una fantasma? ¿una extraterrestre?

-No te voy a hacer nada – bajo su intensidad lumínica-. Mejor así, nos pueden ver.

-Ojala que no –trastabille- ¿Cómo te llamas?

-¿Mi nombre? Me llamo María Lizbeth, pero me conocían como Maribeth.- También le dije quién soy. Mire al cielo. La luna llena reinaba es su total esplendor.

-¡Que bella la luna! Rara vez aparece tan brillante.

-Si es bonita – respondí más relajado porque ya me sentía en confianza. Me fije en su rasguñado vestido largo de pliegues de color blanco de mangas cortas que finalizaban en blondas.






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